martes, 21 de enero de 2014

Una cuestión cultural



La gente es la caraba: le dan la mano y se cogen el codo. Vivieron por encima de sus posibilidades en tiempos de bonanza y ahora, en plena crisis del sistema, quieren seguir aprovechándose. Desalmados. Hay gente que no paga su piso al banco y se quiere quedar a vivir en él; hay gente que aprovecha los restos de comida en los contenedores para comer gratis; hay gente que reclama una ayuda por no trabajar; gente que se queja por estudiar y cuando el sistema se lo prohíbe también se queja y hasta hay gente desesperada que se suicida para joder la pavana y ocasionar más gasto público: investigaciones, levantamiento de cadáveres, autopsias y molestias al tráfico por el cortejo fúnebre.

También hay gente que a veces se enferma y, en vez de automedicarse y aislarse hasta que el óbito le sobrevenga, va al centro de salud, al hospital, al médico, como si fuese un derecho. Y hay energúmenos insolidarios que están más sanos que una rosa y colapsan los pasillos de nuestros hospitales para aprovechar el menú, los cuidados de las enfermeras, el placer de un sedante y observar, desde una cómoda camilla compartida, a los enfermos de verdad y escuchar sus quejidos. Hay gente para todo. Gente parásita que se alimenta de un organismo ajeno: se incrusta en el estado del bienestar, vive a base de engaños y termina por corromper el sistema que lo mantiene vivo.

En Canarias hay, por lo menos, cuatrocientos de estos seres inmorales que, en connivencia con sus familias, han decidido permanecer sanos en las camas de la sanidad pública. Pero Paulino Rivero, que está en todo, los tiene calados. Sobre todo a sus familiares que sabiendo que están sanos los dejan abandonados como perros en el verano. Prefieren no tenerlos en casa dando la paliza, cambiándoles el canal de la tele, demandando un plato de comida, haciéndose los enfermos.

Tenemos una buena sanidad -comentó el presidente ultraperiférico- pero cuatrocientas personas están en condiciones de irse a su casa y sus familiares no los recogen, bloqueando las camas que hacen faltas para otros pacientes. Es una cuestión cultural”. No digan que no entran ganas de formar una brigada de enfermos de verdad, presentarse en los pasillos hospitalarios y desahuciar a esos incultos a muletazos limpios. Y eso que son autóctonos porque a los inmigrantes hace tiempo que Paulino les prohibió enfermarse, pero, ni por esas, bajan las listas de espera. Son autóctonos, pero desafectados de la suficiente cultura como para saber que el Gobierno de Canarias tiene una excelsa red de residencias públicas gratuitas y un sinfín de prestaciones y ayudas sociales como para no tener que estar ocupando, como vulgares antisistemas, los pasillos y las camas que les corresponden a los enfermos que tosen, cojean y se infartan de verdad.

Y a este hombre ¿no hay ningún familiar ni ningún alma bendita que lo recoja y lo desaloje por estar ocupando un puesto que le queda más ancho que la ropa de brega del Pollito de la Frontera?



viernes, 17 de enero de 2014

Hagamos un mundo para que Gelman se quede. Por José de León


El amigo Pepe el Uruguayo nos manda este precioso homenaje al recientemente fallecido Juan Gelman para que lo publiquemos en el blog. 


Sin embargo, y a pesar de todo, yo soy otro… nos decía Juan, allá por la mitad del siglo que nos dejó. Y fui otro.

Recuerdo aquel libro sin tapas, de páginas amarillas gastadas por el tiempo. Llegó a mis manos, en una fría tarde lagunera, obsequio del amigo Víctor Caro. Estábamos enredados en militancias, enredo que me sigue acompañando. Lo encontró en un rastro en Madrid, después de haber pasado por manos, ojos, sentimientos y compromisos anónimos.

Y fui otro. Y otras empezaron a ser algunas de mis manías y mi forma de ver algunas cosas y de escribir y pintar algunas cosas, también fueron otras. Ya Juan Gelman formaba parte de mis bolsillos y de mi todavía escasa biblioteca.

 Bartolomé y su juventud morida, Javier Fernández Quesada y nuestra batalla contra el olvido, huelgas, tejerazos, luchas y amores, Gelman ya formaba parte de los grandes carteles, de los urgentes panfletos, de los encuentros poéticos, de las dedicatorias y de mis amares y andares.

¿A dónde fue la obrera enamorada?¿por qué caminito se fue? Y aparecía Gelman en un 8 de marzo y en las letras del Taller Canario.

Voy a firmar aquí porque me digo, que es bueno andar con la sonrisa entera, silbar bajito una canción cualquiera, tener un perro, un árbol, un amigo…… voy a formar aquí contra el espanto, por la paz, por la vida, por el canto, por el gorrión que vuela cuando beso. Brotaba el encanto de Juan en Tefía cuando nos reunimos para proclamar nuestro rechazo a las máquinas de guerra y a la entrada en la OTAN.

Salía Gelman de la tierra, enredado en tabaibas y barrancos, para decir con la tibieza de sus frases que no queríamos cemento en Veneguera, y allá el Juan nos echó una mano en forma de palabras.

El inmenso dolor que se formó en su aliento, lejos de caminar a la agonía, caminaba a la esperanza y se convertía en una fuerza enorme salida del papel…  o de la voz. Hijos, nueras, amigos, que compañeraron y acompañaron su tiempo, robados de la vida, habitaron en su corazón, en su mente, en sus sueños y en su irreductible abrazo a la verdad.

Encontró a su nieta, nacida del secuestro y la muerte de su madre, justo en mi paisito, por esos milicos de ambos lados del Plata, en una tarea común y con unos galones comunes que no sabían de frontera, porque la barbarie era su patria. Allá otra buena gente, como José Saramago, le ayudaron a encontrarla. Gelman la imaginó para luego presenciarla, besarla, abrazarla para que venciera el olvido y el fracaso.

Amó Gelman, seguro que amó intensamente, según delata el rastro de sus versos y la huella de sus andares.
Se quedó por México y allí, en estos últimos años, Gelman se había hecho amigo íntimo del presente, y hablaba de él con un gran conocimiento de causa. Muchos y bellos artículos de opinión. Hablaba de la guerra, de la discriminación de la mujer, de la causa de los más débiles, del  mundo que vendrá…

Pero como él mismo se preguntaba, hablando de ese mundo tierno de los que se juegan el tiempo y el tipo, ¿a dónde irán a parar?  A dónde, a dónde, cuando la vida es ancha a partir de ellos, a partir de sus brazos tendidos hacia el mundo...

A ese poeta que ayer nos dejó,  que se fue mucho más acá del  recuerdo, al que le ocurría la suavidad del alma, en el aliento de cada revolución, quiero desde este mundo tan necesitado en el que andamos, donde hace falta tanta gente que haga algo por torcer tanta injusticia… esperarlo. A ese poeta, digo, le espero de nuevo en el primer amanecer que me tropiece, para salir con él, por ese camino largo que nos queda todavía.

José de León (Pepe el Uruguayo)