miércoles, 22 de junio de 2011

Tortuga lista, consejero bobo (¿o era al contrario?)

Esta es una fotografía en negativo: una obra de arte de la propaganda institucional. Nada es lo que parece. En las películas del lejano oeste los lugareños se entretenían haciendo carreras con ranas; en la foto da la sensación de que acaba de empezar el Gran Premio de Cofete de tortugas. Si observan bien los caparazones comprobarán que le han puestos dorsales a la primera línea de la parrilla de salida. El paso de las tortugas (¿las tortugas dan pasos?) es, como todo el mundo sabe, lento y parsimonioso, lo contrario del gastadero de euros que ha costado organizar esta carrera para los medios.


Centremos la mirada en el piloto número dos contando desde la izquierda. Seguramente es la primera vez que ese hombre pisa una playa y ha logrado contener su innato deseo de destruirla. Es el Consejero Contra el Medio Ambiente de la República Ultraperiférica conocida antaño como Canarias. Esa mano que empuja grácilmente el trasero de su tortuga ha firmado los mayores atentados contra los ecosistemas insulares: un agujero en Tindaya, un puerto en Granadilla, la descatalogación de nuestras especies más amenazadas, las medidas urgentes para legalizar todo lo ilegal; en fin, un hombre que es al medio ambiente lo que Mourinho es al fútbol: un infiltrado para acabar con la belleza desde adentro.

Con esa mano que ahora toca el culo también firmó la reclamación de los intereses de demora al Ayuntamiento de Puerto Cabras porque éste se había retrasado en el pago de uno de los mayores pelotazos jamás firmados en Fuerteventura. El negocio consistió en venderle unos terrenos no urbanizables y catalogados como zona verde al Ayuntamiento (gobernado por su partido) para que se construyera allí el museo arqueológico de la Isla. Por aquellos terrenos -improductivos económicamente- el Consejero y su familia obtuvieron la extraordinaria cantidad de 505 mil euros y once parcelas en un polígono industrial. Pero, fíjense ustedes, ahora sabemos que allí no se construirá jamás ningún museo arqueológico. Este hombre es nuestro Atila: por donde pasa no vuelve a brotar la naturaleza al tiempo que crece la especulación y nuestra deuda.

Y ahora se nos aparece tan tierno, brindándole la libertad a una tortuguita boba, una especie de la que no se tiene constancia científica alguna de que haya nidificado jamás en Fuerteventura. La instantánea forma parte de la campaña mediática que impulsa el cabildo majorero para vender su ecologismo de marca registrada. De hecho la tortuga no es una tortuga, es un logo. Pero en otro tiempo fue un huevo depositado en Cabo Verde, al que raptaron los defensores de nuestro medio ambiente. Lo metieron en un helicóptero -junto a otros cientos de huevos raptados- y lo enterraron en la playa de Cofete cuya arena, hasta entonces, había propiciado el nacimiento de burros, cabras y humanos, pero nada de tortugas. La tortuga-logo se ha reproducido a ritmo inverso a las posibilidades de superviviencia de la tortuga real: si uno pone “Tortuga Fuerteventura” en el buscador de internet aparecen más de dos millones de resultados; si el Gobierno de Canarias planta mil huevos en Cofete la posibilidad de que una de las futuras tortugas vuelva a visitarnos es de una entre mil, y eso que a alguna le han instalado un GPS. La ficción supera a la realidad: la tortuga logo, registrada por el Cabildo, vuelve una y otra vez ante nuestros ojos gracias a la inestimable labor de los medios de persuasión de masas, unos medios sumisos y acríticos, salvo cuando se trata de poner a parir a las personas indignadas.

Si uno fuese mal pensado y desconociese el profundo amor que sienten las instituciones canarias por nuestra naturaleza, concluiríamos que los miles de euros invertidos en el Proyecto Tortuga tiene como finalidad apoyar a una especie virtual. Pero no, el experimento supera todos los límites comprensibles: reintroducir una especie que nunca ha estado introducida. Imagínense que las estadísticas (y la ciencia y la razón) fallan y que todas esas tortuguitas vuelven dentro de unos años a las costas de Fuerteventura. Necesitarían de tal espacio vital que se reproduciría la misma fotografía, pero en positivo: esas tortuguitas tocándole el culo al Consejero y mandándolo a mar abierto. Y sin GPS, para que no quede la mínima posibilidad de retorno.